domingo, 15 de junio de 2008

Violencia gregaria (y el caso del blog)

El catálogo de incidentes relacionados con la huelga de transporte no ha incluido sólo el caso del fallecido después de haber sido arrastrado por una furgoneta, sino toda una cadena de actos vandálicos, agresiones, coacciones y amenazas, además de otros más graves como –por ejemplo- las graves lesiones sufridas por un camionero al ser quemado ¿inadvertidamente? en su propio camión. Cada uno de los casos tiene sus propias características. En el que es objeto de atención del “caso blogmático”, hay un resultado de muerte y, por lo tanto, un presunto culpable. Sin embargo, ¿hasta dónde llega esa culpabilidad?. Von Hentig ya habló hace mucho tiempo de la víctima participante que, incluso, puede llegar a provocar su propia victimización. Y, ya que hemos advertido previamente en este mismo espacio que –en cualquier momento- puede aparecer alguna “herejía jurídica”, vamos a ello. Evidentemente, hay una conducta impropia por parte del presunto culpable de la muerte (aparte de la de intentar huir de la escena del crimen). Pero, ¿podría incluso a hablarse de que el fallecido podría haber sido un cooperador necesario en su propia victimización?. ¿Se habría producido la muerte si la víctima no se hubiera dejado llevar por su ardor “informativo” en el piquete de huelga?
Efectivamente. Cada caso presenta connotaciones propias y diferentes. Pero, prácticamente en todas las acciones delictivas, o cuasidelictivas sobre la que estamos comentando, se presenta un elemento común: la influencia –más o menos importante- del entorno y de la masa en la que se han inscrito: ¿hubieran llevado a cabo las mismas acciones cada uno de los protagonistas si no hubieran formado parte de una acción colectiva?
Por eso, una cuestión en la que no puedo resistir adentrarme es en la de la influencia del grupo en la acción individual, en casos como los presentados estos últimos días. En los que, por cierto, parece existir un cierta consideración diferente. ¿Son menos vandálicos los actos cuando se inscriben dentro del ejercicio del derecho de huelga? ¿Son menos reprochables las agresiones, las coacciones y las amenazas por ser llevadas a cabo por un piquete “informativo”?.
Desde hace ya tiempo, un problema que ha llamado la atención de la Criminología ha sido el del comportamiento de los grandes grupos. Especialmente cuando se decanta hacia los aspectos agresivos, y –como consecuencia- hacia una criminalidad de orientación claramente violenta. Y es que, en estos casos, se sobrepasa el carácter puramente colectivo de congregación espacial de personas, potenciándose la influencia de aspectos psicosociales y criminógenos que hacen que se origine un comportamiento uniforme de todos los individuos que conforman la masa. Comportamiento, muchas veces, alejado de lo que sería el de cada uno de ellos considerado individualmente.
Se suele considerar, como característica propia de la masa, el que sus componentes reaccionen en un mismo sentido y con un comportamiento revestido de intensas connotaciones emocionales, resultado de impulsos de los sentimientos más que por motivaciones racionales. Sin embargo, en principio, sus componentes no tienen porqué perder cada una de sus diferencias individualizadoras, ni todos ellos tienen que –necesariamente- obedecer a la consecución de unos mismos objetivos. Realmente, la unión de los individuos que componen la masa va más allá de la simple suma resultante, para convertirse en una especie de alma colectiva. Pero, no por ello hay que olvidar que –incluso en la criminalidad colectiva- no llegan a desaparecer totalmente las características singulares de cada uno de los actores.
En este aspecto de la colectividad, pueden observarse masas agresivas no lideradas, que suelen presentar un tiempo de existencia más o menos fugaz por falta de sostenimiento en su acción, y que pueden llegar a cometer actos intensamente violentos. Por otro lado, en otras hay un líder – unas veces estratégicamente elegido, otras totalmente espontáneo- que se convierte en el elemento catalizador de la acción de la masa. Así, es fácil que la gente pueda seguir al individuo que más grita, al más violento, o a las personas más emocionalmente implicadas en el elemento que ha ocasionado la puesta en marcha del grupo. En el primer caso, la disgregación de la masa es más fácil, pero es más difícil de controlar; en el segundo, la futura conducta es más fácil de predecir, pero sus acciones son más firmes porque su acción está focalizada por la persona que ostenta el liderazgo.
Hay tres factores principales que pueden explicar el fenómeno de las reacciones de la masa violenta. En primer lugar, los individuos que entran a formar parte de ella adquieren una conciencia de fuerza poderosa e invencible que les permite ceder a instintos que –de forma aislada- cada uno sometería a su autocontrol. Por otro lado, las interacciones entre cada uno de los componentes conllevan un carácter contagioso -casi hipnótico- que les lleva a aminorar su interés personal en beneficio del “interés” colectivo. Por último, es evidente la acción de un elemento sugestionador que hace que el inmerso en la multitud pierda su propia conciencia, y por el que la masa violenta –en su conjunto- puede ser impulsada a la ejecución “irresistible” de determinados actos.
No obstante, con la simple presencia de esos factores no siempre nacen las multitudes criminales. Y, desde luego, no todos los comportamientos pueden explicarse a través de unos mismos estímulos. El intento de explicación de estos fenómenos no sólo debe abarcar aspectos puramente individuales como suele ser práctica habitual desde la óptica penal, sino que –para comprenderlos desde el punto de vista criminológico- también hay que detenerse en cuestiones psicosocioantropológicas, sin olvidar algunas como las de la potenciación, sugestión y contagio que puede engendrar la multitud misma y sus pretendidos fines.

Paco Bernabeu. Criminólogo.